
El Negro es el inseparable amigo de José Ángel, un hombre de oficio pepenados que todos los días recorre por las tardes las calles de Tuxtla.
En el corazón de Tuxtla Gutiérrez, una escena cotidiana se ha convertido en símbolo de esperanza y compañía. José Ángel llegó a la capital de Chiapas procedente de la Ciudad de México.
Establecido en la ciudad, alguien le dio un pequeño cachorro enfermo de sarna. Para muchos, El Negro hubiera sido solo una carga, pero no para José Ángel. “Este animalito me lo regalaron de un mes de nacido, cuando me lo regalaron tenía sarna. El chavo pensó que se iba a morir, entonces lo llevé al veterinario y me regalaron un líquido, se lo eché y medio se compuso. De ahí fui con el doctor que está aquí en Palmas y me dio una inyección. De hecho, ya se le estaba cayendo pedazos de piel, pero se reconstruyó”, relató José Ángel.
José Ángel, un pepenador de oficio, recorre incansablemente las calles de Tuxtla Gutiérrez todas las tardes junto a su fiel amigo El Negro. “Sí, este animalito no lo cambio, me lo han querido comprar. Mucha, mucha gente me lo ha querido comprar. La otra vez llegó un policía, un estatal, te doy cinco mil pesos, dámelos… él no está en venta”, afirmó José Ángel con orgullo.
Cada tarde, mientras José Ángel conduce su vieja motoneta, El Negro se sienta firme y seguro en el asiento trasero. Juntos, navegan por las calles polvorientas en busca de aquello que otros han desechado. Al llegar a sus destinos, El Negro, con una paciencia admirable, espera sobre la motoneta mientras José Ángel trabaja.
“Pues más que nada él se ha ido educando, yo no lo he obligado a nada desde que sacamos la moto. Ya de ahí él se empezó a subir y ya nos bajamos y ya él solito se subía y hasta la fecha él se queda ahí y ya me espera”, explicó.
Detrás de esta rutina hay una razón aún más conmovedora. José Ángel cuida de su madre, una mujer de 75 años cuyo estado de salud es delicado. Cada día, al regresar a casa, José Ángel y El Negro llevan no solo lo recolectado, sino también un poco de esperanza y consuelo a su pequeño hogar.
“Eso sí que nadie se acerque cuando yo esté en el contenedor. Sí, muy protector (…) El amor de un animal es puro, es sincero. Él o ellos no mienten, ellos dan el amor”, concluyó José Ángel.



























